¿Cómo atraer la Cooperación Externa a Santiago?

 

Por Reynaldo Peguero

Para los capitaleños siempre ha sido fácil. Se levantan, y a tres esquinas de su residencia está el edificio que aloja la sede del Banco Interamericano (BID), más acá el Banco Mundial (BM), por allí la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (USAID), más cerca todavía, la Agencia Española de Cooperación Internacional por el Desarrollo (AECID), allí mismo la Unión Europea (UE), y aquí las oficinas del Programa de las Naciones  Unidas para el Desarrollo (PNUD), entre muchas otras. También al doblar de la esquina, tienen la mayoría de canales de televisión para corear, demandar y quejarse de los problemas.

Santiago que aporta en impuestos más del 18% del Presupuesto de la Nación, y en promedio ha recibido de inversión el 2% en los últimos 20 años, no puede estar satisfecho. Si además los organismos del Estado y la sociedad civil capitaleña se quedan con cerca del 80% de la cooperación externa que llega a la República, para ayudar el desarrollo precisamente de otros territorios que excluyen a Santiago. A esto se añade el grave incumplimiento de la Ley 166-03 que establecía a partir del 2005, el 10 % del Presupuesto Nacional, también de los ingresos adicionales y de los recargos para los Ayuntamientos. En siete (7) años se estima que Santiago ha dejado de recibir 10,500 millones de pesos del erario público nacional. Entiendo que al menos 100 proyectos estratégicos se hubieran puesto en operación con estos fondos.

La exclusión de Santiago en la cooperación externa es más pronunciada en el sector salud. En los últimos 20 años he conocido directamente por los menos 10 grandes proyectos internacionales de las diversas agencias de cooperación y bancos, ninguno de los cuales ha tenido a Santiago y su entorno regional como eje de trabajo. Esto es más grave aún pues Santiago tuvo en su momento el mejor proyecto de atención primaria de salud del país con elevada participación comunitaria: el UNISUR y el Centro de Salud “Juan XXIII”. Incluso se pactó, pero nunca se cumplió, su replicación en toda la ciudad.

Los grupos hegemónicos capitaleños que han dirigido el Estado dominicano independientemente de quien ocupe el gobierno, además de llevarse nuestros impuestos para invertirlos en otros territorios, orientan la cooperación externa supuestamente basada en unos “Mapas de Focalización  de la Pobreza de Dominicana”. Cartografías que lo que hacen es relativizar la pobreza en función de porcentajes y proporciones. Me explico a nivel de ejemplo. Si una provincia o municipio tienen 100 habitantes y de estos 70 son pobres, para las estadísticas, el 70% de ese territorio es pobre. Entonces por definición, para las agencias de cooperación ese territorio requiere de mayor inversión y asistencia técnica que otros.

En realidad en nuestro ejemplo, estamos hablando de un municipio de 100 personas y 70 pobres; que nunca se pueden comparar con otro que tenga 1000 habitantes y 300 pobres.  En promedio el municipio de Santiago tiene un nivel de pobreza del 30% de su población. Estimaciones basadas en la Oficina Nacional de Estadísticas y el Padrón de JCE, permitían estimar que al 2010, Santiago registraba 859,564 habitantes de los cuales, alrededor del 30% es pobre. Esto arroja un total de 257,869 pobres santiagueros. Esta cantidad en números reales es más que todos los pobres de 10 provincias dominicanas. Dándose el hecho todavía más grave, la elevada concentración urbana de la pobreza de Santiago y la dispersa ubicación de la pobreza en esos otros municipios que tienen “porcentualmente” más pobres,  pero en realidad menor cantidad de ellos. Esa exclusión de Santiago de la financiación internacional es una de las bases de los brotes de violencia en Santiago y de la incapacidad para contenerlos.

La Fundación W. K. Kellogg y otras agencias exitosas que han trabajado mucho tiempo con Naciones Unidas, promueven otro abordaje de la cooperación, sintetizado en el lema “Ayudar a la gente a ayudarse a ella misma”, del inglés To help people help themselves. La cooperación que se otorga con criterios matemáticos sin hacer referencia a la calidad de la cohesión social de las comunidades pobres y a su capacidad de contribuir ellas mismas a su propio desarrollo, se pierde, desvirtúa y malgasta, peor nunca es sostenible en el tiempo.

Cuando nos despedimos por un tiempo del río Yaque, y fuimos a estudiar y trabajar por más de seis años a Centroamérica y otras naciones de África y Asia, la cooperación externa fue de las habilidades técnicas que tratamos de aprender. Cuando hay inequidades de cooperación con un territorio cohesionado y visionario como Santiago, lo primero es pensar el problema. No podemos pasarnos de listos; tampoco hacer almuerzos y cenas a discreción; menos aún, creerse “Chapulín Colorado” y aprovechar personalmente las ofertas. De lo que se trata es de estudiar la cooperación por el desarrollo, y valorar sus metodologías. Sobre todo establecer políticas de solución. Eso es lo que tratamos de hacer en el Plan Estratégico de Santiago (PES) y el Sistema de Proyectos Estructurantes (SIPROES). En la otra seguimos.

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