País desigual, ciudad desigual

Los problemas históricos que han secuestrado las posibilidades de habitar en territorios que propicien una mejor calidad de vida, se agravan hoy en día ante las evidencias de desigualdad que afloran por cualquier rincón de Latinoamérica. Esta realidad no es extraña para los que habitan en la República Dominicana, la cual ha registrado durante las últimas décadas un incremento progresivo en los niveles de desigualdad que existen entre las distintas regiones del país.

Estas diferencias se evidencian al analizar la relación entre los habitantes y la ocupación del suelo; con una población de casi diez millones de habitantes (9,738,818 habs.ONE 2010) residiendo en todo el territorio nacional, más de la mitad de la población se encuentra localizada en a penas el 11% del territorio.

De las treinta y dos (32) provincias (incluyendo el Distrito Nacional) que componen la República Dominicana, en apenas cuatro de ellas (con un área de 5,490 Kms²), residen unos 4,794,163 habitantes, en el resto del territorio (43,167.75 kms²), se encuentran esparcidos unos (4,944,655 habitantes). El análisis de la concentración de personas a nivel provincial, permite destacar que solo cuatro (4) provincias (Distrito Nacional, Santo Domingo, Santiago y San Cristóbal) se encuentran por encima de los cuatrocientos mil habitantes y solo la provincia de Santo Domingo sobrepasa en la actualidad el millón de personas. En cuanto a la relación existente entre la cantidad de la población y el territorio ocupado resalta que el Distrito Nacional, con una densidad de 10,266.34 Habs./Km², supera en más de cincuenta veces el promedio nacional.

Este nivel de aglomeración es más notorio en los principales centros urbanos de la nación, ya que en estos emplazamientos se concentra la mayor parte de la inversión pública estatal, acompañada de numerosas inversiones privadas y una oferta de servicios públicos más eficiente que en otras zonas del país; esta centralización de los recursos genera un “espejismo” que provoca una continua migración hacia estos núcleos metropolitanos, en búsqueda de las oportunidades que no encuentra en sus comunidades de origen.

Esta ausencia de oportunidades es evidente al identificar la relación urbano-rural, en cuanto al índice de pobreza; en un estudio publicado a principios de año por la Unidad Asesora de Análisis Económico y Social del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo se indica que “la tasa de pobreza general (2011) fue mayor en las zonas rurales 46.1%, que la registrada en las zonas urbanas 25.9% para una brecha absoluta de 15.2 puntos porcentuales” (Morillo 2012). El mismo estudio señala que las dos regiones mas pobres del país en el 2011 fueron El Valle y Enriquillo (zonas eminentemente rurales), con tasas de pobreza en general de 53.9% y 53.8%; estos elevados niveles de pobreza mantienen una población de a penas unos 647,743 habitantes (ONE 2010) en unos 12,098.17 Kms², es decir, el siete por ciento (7.0%) de la población reside en una cuarta parte del territorio dominicano.

A pesar de que las ciudades son las más beneficiadas de esta concentración de recursos, las mismas están replicando el mismo fenómeno de desigualdad que se genera a nivel nacional. La atracción de habitantes en búsqueda del “sueño urbano” esta provocando la consolidación de dos formas de vida dentro del mismo territorio; por un lado una sociedad con acceso a las ofertas de un mercado capitalista, bajo los pilares del consumo y por otro lado una sociedad sin las posibilidades de insertarse en el mismo mercado, con el único objetivo de estar mas cerca de las “migajas” (pseudo-oportunidades) que desecha una parte de la población,  por consiguiente con altos niveles de frustración y pocas esperanzas de una mejor calidad de vida.

“Las ciudades de la región, vistas en su conjunto, son y se mantienen como las más inequitativas del planeta. …son ciudades “duales”, “divididas”, “segregadas”, algo que se expresa tanto espacial como socialmente.”, señala el Informe del Estado de las ciudades de América Latina y el Caribe 2012 (ONU-Hábitat). El mismo informe señala que: “esa división se manifiesta de manera flagrante en el alto coeficiente de desigualdad de ingreso en las ciudades, así como en la existencia de asentamientos informales.”

Ante la imposibilidad del Estado de hacer frente a estas realidades, la respuesta por parte de la población se limita a los esfuerzos individuales, en el cual cada ciudadano busca su mejoría a partir de sus propias posibilidades; magnificando los niveles de desigualdad que surgen a partir de los desequilibrios nacionales producidos por la ausencia de instrumentos para el desarrollo integral de los territorios.

Fruto de esta realidad, hoy en día vivimos en ciudades con altos niveles de concentración, inseguras, contaminadas, carentes de oportunidades, con servicios públicos ineficientes, entaponadas y con una serie de problemas sociales que se magnifican en la medida que la capacidad urbana es desbordada.

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